El pirata halló su perdición
cuando la encontró en la nave prisionera, la mirada fría, el pecho desbordante.
El loro, en el hombro del pirata, vio en sus ojos un brillo extraño, y temiendo
que su amo perdiera la cabeza, gritó: "¡El oro! ¡Cojamos el oro y huyamos!"
Sinforoso, ausente, contestó:
"Este es mi tesoro."
Ella replicó: "Nunca me conseguiréis".
Y él: "Hoy mismo os
desfloro."
Y ella, sacando pecho: "Me
forzaréis pero no me tendréis."
Y él: "Seréis mi
esclava".
Y ella: "Fría cual
cadáver."
Y él: "Os adoro".
Y ella, contoneándose:
"Como tantos otros".
Y el loro: "¡El
oro!".
Sinforoso, la líbido asomando
por los poros: "Nunca nadie osó desafiarme de este modo".
Ella levantó la falda
mostrando una pierna inacabable:
"Con esta os daré tal patada que os partiré el espinazo."
Sinforoso, sudoroso, balbuceó:
"Ayjiouuaaaaaaaammmmmlogggmmmeeeiuuuuuuu".
Ella se bajó el corpiño y el
pirata, desorbitado, murió.
Y el loro: "¡El oro,
maldita sea, el oro!".
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