Hace unos días moría Iñigo Cabacas, hincha del Athletic, a consecuencia de una pelota disparada por un ertzaina. Estoy por apostar todos mis discos a que nunca se sabrá el nombre del asesino, pese a que Rodolfo Ares, consejero de Interior, ha asegurado que se llegará hasta el final "cueste lo que cueste y cueste a quien cueste". La cuestión es qué entiende Ares por "el final". Ya empieza a vislumbrase ese "final": dicen desde la Ertzaintza que en varias comisarías se han encontrado cartuchos de escopeta con más pólvora de la que deberían tener, lo cual implica una mayor potencia de disparo y, en consecuencia, la inocencia del asesino, que no es responsable de los errores de fabricación de los cartuchos. Creo que voy a conservar mi colección de discos. Nunca se ha sabido el nombre de un asesino uniformado que cometiera su crimen amparado por el grupo de matones a sueldo que le acompaña en su labor represora. Nunca, y esta no va a ser la excepción.
Casualmente en estos casos sí que se aplica el principio legal de individualizar el delito y no aplicar, como sí se hace contra la izquierda independentista vasca, la presunción de culpabilidad para todo un colectivo cuando no se sabe a ciencia cierta quién ha cometido la ilegalidad. Si hay media docena de cipayos implicados porque ese día les tocaba llevar la escopeta, no se condena a nadie porque no se puede saber de quién era la pelota asesina. Aunque ellos seis sí saben quién fue.
Ha tenido que haber un muerto para que se planteen el modelo policial de la Ertzaintza. De nada han valido la lista de tuertos, lisiados y heridos provocados por la violencia brutal de los ertzainas para planteárselo. Ahora que hay un muerto, sí. Pero durante unos meses nada más, ya que la ciudadanía tiene muy mala memoria, y enseguida empezarán otra vez a despejar la calle como únicamente saben, a hostia limpia. Como muestra, un botón: en la manifestación del otro día en Bilbo en contra de la doctrina Parot, los policías que vigilaron la marcha fueron los municipales, y no los ertzainas, como habitualmente. Les daba vergüenza o así. Pero pongo en juego otra vez mi colección de discos a que dentro de poco ahí están otra vez los de casco rojo sangre a amenazar la libre expresión ciudadana.
La pena es que, siendo esta una buena ocasión para replantearse en serio el modelo policial, los de ese mundo aparte que forman los políticos profesionales y sus amigos del poder real, lo único que van a hacer es quitar las pelotas de goma maciza y poner otras algo menos macizas, que al menos no maten, aunque dejen tuertos, lisiados y heridos en medio de la calzada. Porque algo que estos días hemos podido oír es que están muy orgullosos de su pasado de violencia brutal, aunque hayan repartido estopa sin medida, a diestro y siniestro, incluso de las muertes provocadas (Rosa Zarra por un pelotazo en Donostia, Kontxi Sanchiz en Hernani).
Según ellos, el único lunar en su actuación durante todos estos años ha sido la muerte de Iñigo Cabacas. Y aún así dicen que ha sido algo totalmente involuntario. Otra mentira. Un policía que tiene una escopeta la usa, y son muchísimas las pruebas de que la usan con todas las consecuencias, tirando a dar, por mucho que digan que no. Y hay muchísimas pruebas de cómo manejan la porra, con suma violencia, con saña, humillando, pegando en cualquier parte del cuerpo y luego refugiándose en el anonimato del grupo de matones. No hay más que ver el vídeo del desalojo de Kukutza, con un hatajo de psicópatas destruyendo a patadas y porrazos la persiana de un bar. Esa es la policía que tenemos. Que no intenten convencernos de otra cosa.
Pero no se trata solo de plantearse la actitud de los policías que reprimen las manifestaciones. El trato de la policía con los ciudadanos es cada vez más prepotente, sean locales, nacionales, guardias civiles o ertzainas. Saben que son intocables y que siempre van a tener la presunción de credibilidad en cualquier conflicto. Encima con el gobierno del PP no van a tener ni que cargar con manifestantes que están haciendo una sentada pacífica. El mero hecho de no hacer nada por levantarse a requerimiento del madero de turno, va a suponer un atentado a la autoridad. Ni con Franco pasaba esto.
En Gasteiz, por ejemplo, están poniendo a circular municipales a pie para que se sienta la cercanía con el ciudadano. Pero hay que verles. Un uniforme que parece que van a la guerra. Y en vez de ayudar, a reprimir, que es lo suyo. Estás en doble fila montado en el coche en una calle por la que no pasa nadie y presto a moverte si estorbas a alguien, y ya te sueltan que te vayas de ahí, que son 200 euros de multa. Les dices que estás esperando a alguien que baja enseguida y te dicen que te vayas a dar una vuelta a la manzana o te multan. Eso es lo que entienden por "policía de barrio". Luego ves que ellos aparcan donde les da la gana para tomarse algo en un bar, o dejan la moto en medio de un carril para fumarse un cigarro porque "son policías", como tuve que oír una vez.
Habrá mil ejemplos de estos comportamientos cotidianos, que no hay que irse solo hasta los "prodisturbios" para replantearse todo esto. En el día a día hay mil actitudes manifiestamente mejorables. Un madero es la autoridad, pero no el abuso de autoridad. No sé qué coño les enseñan en sus famosas academias, pero parece que al psicólogo y al educador les rescindieron el contrato hace años. Los cambiaron por un curso de cómo recaudar pasta a mansalva.
Como en esta época si algo cambia es a peor, esta no iba a ser la excepción. La economía se cae, el paro crece imparablemente, la gente se queda en la puta calle sin un techo que le cobije, cada vez hay más desesperados sueltos, y, en consecuencia, la policía tiene que ser más eficaz que nunca para proteger las haciendas y privilegios de los señoritos. Los maderos son ese penúltimo muro que separa a los poderosos de la realidad. Y los muros, para que aguanten bien, tienen que ser de buen hormigón armado, sobre todo bien armado.
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