viernes, 3 de febrero de 2012

La carta


No abro correo ajeno. No es que no me guste. Es que de niño me enseñaron a no hurgar, sin permiso, en la vida de los demás, y esta es una de esas enseñanzas que se te clavan para toda la vida.
Pero este caso era distinto. Hacía dos años que me había mudado a mi actual casa. Se la compré a muy buen precio a un individuo que decía ser comercial de una empresa de cosméticos, y que vendía la casa porque por motivos laborales tenía que irse a vivir a una ciudad a 400 km de esta.
Vivía solo y aparentemente era una persona normal y corriente. Sólo traté con el en la firma de las escrituras, pues el proceso de la venta de la casa lo llevó una inmobiliaria.
Por eso, cuando un día de la semana pasada llegó una carta a su nombre, no tuve problemas de conciencia a la hora de abrirla. Yo no conocía su nueva dirección y en la inmobiliaria y en la notaría tampoco la sabían.
En el remite de la carta aparecía únicamente un nombre: Carla.
Eran cuatro folios fechados cuatro días atrás. El matasellos del sobre ubicaba el origen en un país del Este. La letra era un tanto descuidada, pero fácil de entender.
En los primeros párrafos Carla daba unos cuantos rodeos sobre la tardanza en escribirle, y por ello pedía disculpas a Martín, el anterior dueño de la casa .
A continuación comenzaba a dar explicaciones sobre por qué lo había abandonado. Una historia mil veces repetida. Soledad, distanciamiento, rutina, desamor. Después venían una serie de reproches sobre lo bonito que fue el principio y lo triste que fue el final. Al menos tenía la honestidad de repartir las culpas, no al cincuenta por ciento pero cerca.
Para redondear el tópico, la carta hacía mención a las intromisiones de la madre de Martín en la vida de la pareja, Algo un tanto extraño, pues en la carta se decía que la suegra llevaba muerta unos cuantos años. Quizá Martín padecía algún tipo de trauma no superado respecto a la muerte de su madre, y obviamente esto alteraba la relación.
El caso es que a Carla se le hacía insoportable vivir de esa manera y decidió romper con todo y marchar a otro lugar donde poder empezar una nueva vida.
Hasta aquí tres folios. El cuarto y último parecía una carta distinta. Ya no hablaba de sus sentimientos, sino de Martín. Y lo hacía desde un punto de vista casi médico, casi científico, casi profesional. Era un diagnóstico sobre una personalidad perturbada, asediada por un dolor intratable. Eran también palabras de apoyo, aunque desde una cierta distancia. No las palabras de tu expareja, sino las de un buen amigo que te quiere ayudar.
La carta terminaba de la siguiente manera: He conseguido alejarme de ti y de tu recuerdo. He conseguido que no me afecte lo que de ahora en adelante te pueda pasar. Pero no quiero que lo que tenga que pasar sea malo para ti. Quiero que afrontes la realidad, y que a partir de ahí comprendas lo que te ocurre, e inicies tu propia recuperación. UTM 43°02'20.89" N   2°38'15.31" O. Hasta siempre. Carla.
Lo último eran unas coordenadas cartográficas que no me llevó mucho tiempo descifrar en internet, incluso conseguir una fotografía aérea con una precisión más que aceptable sobre el lugar.
Sólo tardé 20 minutos en llegar a la zona, un claro en un bosque cercano, donde destacaba una roca a la que apenas cubría la sombra de un tejo. Rodeé la piedra y vi que en la parte que daba al árbol había una oquedad del tamaño de una pelota de cesta-punta. Metí la mano y encontré un cartucho de plástico que en su interior contenía un papel. Y este decía: Junto a este árbol descansa Irene, muerta a golpes por su hijo Martín en un ataque de locura, y hecha desaparecer por Carla en un desesperado acto de amor.

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